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sábado, 6 de agosto de 2011

Noticias: Traducción fragmento inédito Ángel mecánico (perspectiva de Will)






Cassandra Clare ya ha alcanzado los 40.000 seguidores en Twitter y como prometió ha decidido hacer un  regalo a los fans y ha escrito una escena inédita de Ángel mecánico. La escena en cuestión corresponde a los sucesos que ocurren entre las páginas 285 y 292 (no creo que sea de la versión española) pero esta vez desde el punto de vista de Will.

¡Regalazo para todos los fans de Cazadores de sombras!





Podéis leer el fragmento en inglés aquí. Sin embargo, yo os la traigo traducida exclusivamente por mí para este blog por si no la queréis/podéis leer en versión original.



¡Aviso de spoilers si no habéis leído Ángel mecánico!
Will Herondale estaba ardiendo.
No era la primera vez que probaba sangre de vampiro y conocía los síntomas de su malestar. Primero estaba el sentimiento de mareo y euforia, como si hubiera bebido demasiada ginebra —ese breve periodo de agradable embriaguez antes de que empiece lo malo. Después dolor que comienza por los dedos de los pies y de las manos, subiendo como líneas de pólvora dispuestas a lo largo de su cuerpo que le quemaban allá por donde pasaban hacia el corazón.
Había oído que el dolor no era tan bueno para los humanos: que su sangre, más líquida y débil que la sangre de los Cazadores de sombras, no luchaba contra la enfermedad demoníaca como lo hacía la sangre Nephilim. Se dio cuenta a duras penas de que Sophie entró con el agua bendita, salpicándolo con las gotas frías al depositar los cubos en el suelo y volver a salir. Podía sentir el odio que despedía Sophie cada vez que se acercaba a él; la fuerza de ese odio lo levantaba por los codos. Acercó un cubo y lo vació sobre su cabeza, abriendo la boca para tragar lo que podía.
Por un momento, apagó por completo el fuego que ardía en sus venas. El dolor remitió, excepto la palpitación en la cabeza. Se echó hacia atrás con cautela, levantando un brazo sobre su cara para protegerse de la tenue luz que salía de las ventanas bajas. Parecía que sus dedos dejaban huella en la luz al moverse. Oyó la voz de Jem en su cabeza, regañándole por arriesgar su vida. Pero la cara que vio a través de los párpados no fue la de Jem. Ella le estaba mirando.
La más oscura de las voces de su conciencia, el recordatorio de que no podía proteger a nadie, ni siquiera a sí mismo:
—Cecily —susurró.—Cecily, por el amor de Dios, déjame.
Ella acercó la mano y él también lo habría hecho, si el repiqueteo del metal no lo hubiera sacado de su ensoñación. Se aclaró la garganta.
—¿Estás de vuelta, Sophie? —dijo Will—. Te he dicho que si me traías otra de esos malditos cubos...
—No soy Sophie —dijo una voz. —Soy yo. Tessa.
El martilleo de su propio pulso le llenó los oídos. La imagen de Cecily se disipó y se desvaneció en sus párpados. Tessa. ¿Por qué la habían enviado? ¿Tanto le odiaba Charlotte? ¿Era esto algún tipo de lección para la chica sobre la humillación y los peligros del Inframundo? Cuando el chico abrió los ojos la vio de pie delante de él, aún con el vestido de tercipelo y los guantes. Sus oscuros rizos resaltaban contra su pálida piel y su mejillas estaba ligeramente salpicada de sangre.
Tu hermano. Él sabría qué decir. ¿Cómo es? Debe de haber sido impactante verle. No hay nada peor que ver a alguien que amas en peligro. Pero han pasado años, ha aprendido a tragarse sus palabras, a transformarlas. De alguna manera estaban hablando de vampiros, del virus y de cómo se transmitía. Ella le dio el cubo con una mueca —bien, debería estar asqueada por su culpa — y él lo utilizó de nuevo para sofocar el fuego, para calmar la quemazón de sus venas, de su garganta y de su pecho.
—¿Eso ayuda? —preguntó ella observándole con sus ojos gris claro. —¿Echártela por la cabeza de esa forma?
Will se oyó a sí mismo hacer un sonido ahogado, casi una risa.
—Las preguntas que haces...
Otra persona quizá se hubiera disculpado por preguntar pero Tessa sencillamente se quedó quieta, mirándole. Él no creía haber visto a nadie más con ese color de ojos en particular: era el color de la neblina grisácea que sopla del mar de Gales. No se le puede mentir a alguien con ese color de ojos.
—La sangre me pone en estado febril, hace que mi piel arda —admitió— No me puedo enfriar. Pero, sí, el agua ayuda.
—Will —dijo Tessa. Él la miró. Parecía estar rodeada de un halo de luz como si fuera un ángel, aunque sabía que era la sangre vampírica la que distorsionaba su vista. Oyó su voz de nuevo, suave, y después la vio acercarse, recogiéndose las faldas para apartarlas y sentarse a su lado en el suelo. Se preguntó por qué ella estaba haciendo eso y se dio cuenta muy a su pesar de que él se lo había pedido. Se imaginó la enfermedad vampírica en su propio cuerpo, extendiéndose por su sangre, debilitando su voluntad. Sabía que había bebido suficiente agua bendita para erradicar la enfermedad antes de que surgiera, y que no podía achacar su falta de control a la enfermedad. Y aún así, ella estaba tan cerca de él, lo suficiente como para poder sentir el calor que irradiaba su cuerpo.
—Tú nunca te ríes —decía ella —Te comportas como si para ti todo fuera divertido pero jamás te ríes. A veces sonríes cuando crees que nadie te está prestando atención.
Quería cerrar los ojos. Sus palabras lo atravesaron como la limpia hoja de un cuchillo serafín, incendiando su nervios. No tenía ni idea de que ella le hubiera observado tan de cerca o tan acertadamente.
—Tú —dijo —Tú me haces reír. Desde el momento en que me golpeaste con esa botella. Por no mencionar la forma en que siempre me corriges. Con esa mirada divertida en la cara cuando lo haces. Y la forma en que gritas a Gabriel Lightwood. Incluso la forma en que replicas a De Quincey. Me haces...
Su voz se apagó. Pudo sentir el agua fría deslizándose por su espalda, por su pecho, contra su piel caliente. Tessa estaba sentada solo a unos centímetros de él, olía a polvos, a perfume y a transpiración. Sus suaves rizos se curvaban contra sus mejillas y tenía los ojos abiertos fijos en él y los labios rosados ligeramente abiertos. Estiró la mano para recolocar uno de sus tirabuzones y, como si se estuviera ahogando, se acercó a ella.
—Aún tienes sangre —dijo incoherentemente. —En los guantes.
Ella empezó a apartarse, pero Will no la dejó marcharse; se estaba ahogando, aún se ahogaba, y no podía soltarla. Ella colocó su delicada mano sobre la de él. La curvó con la forma de su palma. Él sintió el fuerte deseo de acercarse a ella completamente, apretarla contra él y tomarla entre sus brazos, rodear su delgado cuerpo con el de él. Inclinó la cabeza contento por que ella no pudiera ver cómo la sangre se le agolpaba en las mejillas. Sus guantes estaban raídos, desgarrados por donde arañó los grilletes de su hermano. Con un chasquido de dedos, desabotonó los botones perlados que mantenían los guantes cerrados, desnudando su muñeca.
Podía oírse a sí mismo respirar. El calor se extendió por su cuerpo —no el antinatural calor de la enfermedad vampírica, sino el muy natural rubor del deseo. La piel de su muñeca era de un pálido traslúcido, las venas azules eran bien visibles. Podía ver la palpitación de su pulso, sentir la calidez de su respiración contra su mejilla. Acarició la suavidad de su muñeca con las puntas de los dedos y entrecerró los ojos, imaginándose sus manos en el cuerpo de ella, la suave piel de sus brazos, el sedoso tacto de las piernas ocultas bajo las voluminosas faldas. Su respiración comenzó a agitarse.
—Quiero... quiero entenderte —susurró ella.
No, no quieres. Le dijo él, apenas consciente de lo que estaba diciendo. Observó el contorno de sus labios al contestarle, discutiendo con él, incluso ahora que ambos estaban sin aliento e inclinados hacia el otro. Quiero conocer tus razones, le decía ella. Jem quiere saberlas. Will, en un delirio de deseo, sencillamente negó con la cabeza y deslizó el guante de su mano. Su pequeña mano desnuda se acomodó como una paloma en el interior de la de él. Se la llevó a la boca, a su mejilla, besó su piel: rozó los labios contra sus nudillos y bajó por las muñecas. La oyó gritar con voz queda, y alzó la cabeza para verla sentada perfectamente quieta, con la mano extendida, los ojos cerrados y los labios entreabiertos.
Había besado a chicas, a otras chicas, cuando el deseo físico elemental se sobreponía al sentido común, en rincones oscuros en fiestas o bajo el muérdago. Besos rápidos y apresurados, en su mayoría, aunque algunos sorprendentemente experimentados. ¿Dónde había aprendido Elizabeth Mayburn cómo hacer lo que hacía con los dientes y por qué nadie le había dicho que no era una buena idea? Pero esto era diferente.
Antes de que hubiera tensión controlada, una decisión deliberada de darle a su cuerpo lo que estaba pidiendo se separó de cualquier otra sensación. Se liberó de toda emoción. Pero esto... esto era calor abriéndose paso a través de su pecho, acortando su respiración, poniéndole la piel de gallina. Era una sensación de dolor allí en donde la mano de ella se apartaba, una sensación de pérdida que solo se curó cuando la atrajo hacia él por el suelo de madera astillada, oyó la tela de su vestido rasgarse y no le importó, sus manos rodearon la nuca mientras sus labios descendían a los de ella con ternura y fiereza a partes iguales.
Su boca se abrió bajo la de él, dudosa, y algún rincón de su mente le gritó que fuera más despacio, que por una suposición razonable este era su primer beso. Obligó a sus manos ralentizar el ritmo, a soltar dulcemente los pasadores de su cabello y alisar los rizos sobre sus hombros y espalda, a trazar caminos tiernamente a través de sus suaves pómulos y de su nuca. Su cabello parecía seda cálida deslizándose por los dedos de él, y el cuerpo de la joven, apretado contra el suyo, era todo suavidad. Sus manos eran ligeras como plumas en la nuca de Will, en su pelo; dejó escapar un murmullo contra su boca que casi borró hasta el último de los pensamientos de su cabeza. Empezó a tenderla sobre el suelo, deslizando su cuerpo sobre el de ella...
Y quedó paralizado. Dios, ¿qué estaba haciendo? El pánico inundó sus venas en un torrente en ebullición al ver hacerse añicos la delicada estructura que había construido a su alrededor, y todo a causa de esta chica que había destrozado todo el control que una vez tuvo.
Apartó su boca de la de ella y la alejó, la fuerza de su miedo casi la derribó. Le miró fijamente a través de la enredada cortina de cabellos. Su cara estaba blanca por el impacto.
—Dios Santo —susurró el. —¿Qué ha sido eso?
La perplejidad de ella era visible en su cara. Se le encogió el corazón, bombeando odio hacia sí mismo por sus venas. La única vez, pensó. La única vez...
—Tessa —dijo. —Creo que lo mejor es que te marches.
—¿Marcharme? —Sus labios se entreabrieron, estaban hinchados por sus besos. Era como mirar una herida que él mismo había infligido y, al mismo tiempo, no querer otra cosa que besarla de nuevo. —No debería haber sido tan descarada. Lo siento...
—Dios. —La palabra lo sorprendió; había dejado de creer en Dios hacía mucho tiempo y ahora le había invocado dos veces. El dolor reflejado en su cara era más de lo que él podía soportar, y más aún porque no había sido su intención herirla. A menudo intentaba herir y dañar, y esta vez no —en absoluto —y había causado más daño del que pudiera imaginar. No quería más que acercarse y tomarla entre sus brazos, no para satisfacer su deseo sino para envolverla con ternura. Pero hacer eso solo habría empeorado la situación más de lo imaginable.
—Déjame solo, —se oyó decir a sí mismo. —Tessa. Te lo suplico. ¿Lo entiendes? Te estoy suplicando. Por favor, por favor, vete.
—Muy bien —dijo. Se arriesgó a mirarla con el rabillo del ojo: era orgullosa, no iba a llorar. No se molestó en recoger los accesorios para el cabello que él había esparcido por ahí; sencillamente se puso de pie y le dio la espalda. Sabía que no se merecía otra cosa. Se había abalanzado sobre ella sin ningún miramiento por su reputación o por la falta de decoro de su pasión. Jem habría pensado en ello. Jem habría tenido en cuenta los sentimientos de ella. Y hace tiempo, pensó mientras sus pisadas se alejaban, él también lo habría hecho. Pero ya no sabía cómo ser esa persona. Había ocultado a ese Will durante tanto tiempo con engaños que era el engaño era lo primero que salía de él, y no la realidad. Hundió las uñas en la madera, acogiendo el dolor, y sabiendo que era poco comparado con el dolor de saber que esa noche había perdido más que la buena opinión de Tessa. Había perdido a Will Herondale. Y no sabía si alguna vez podría recuperarlo.

11 comentarios:

  1. Oh... una escena inédita, suena interesante ._.. Pero yo, como no he leído Angel Mecánico, mejor ni me le arrimo a ese pedazo TwT

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  2. Me uno al club de " Aun no he leído Ángel Mecánico pero lo haré ". Sí, lo haré pero no sé cuando xD
    Cuando lo lea, leeré este trozo ( más bien dicho testamento ) inedito de Ángel Mecánico ^^

    Besotes! :3

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  3. La traducción es tuya? Es fantástica, felicidades y muchísimas gracias por hacerla.

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  4. Ohhh, me encantó este fragmento desde el puto de vista de Will. Lo que no me gustó demasiado de Ángel mecánico es que Will es como un Jace en la época pasada, es demasiado parecido, ¿no te parece? Pero aun así, me encantó ♥
    Besotes,

    Luce ♣

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  5. Gracias por la info!!!!
    Besos n.n

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  6. Caraaay yo me leí el primero "cazadores de sombras" y me encantó, aunque flipé con el final. En cuanto pueda me leo el resto, gracias por la recomendación. Un saludo.

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  7. Mi linda Lily no te preocupes si no estás, para mí siempre estás amiga mía, yo tampoco he estado mucho sinceramente, y no he estado de vacaciones ni estaré, ahora intentare estar más por tus casas, disculpa también mi ausencia, pero a veces la vida nos lleva por otros caminos.

    Besos y te regalo la mejor de mis sonrisas ^_^

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  8. Soy nueva en tu blog
    Y por supuesto no he leído el libro, pero tu blog me parece muy interesante así que con tu permiso me quedo...
    Besitos en el alma
    Scarlet2807

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  9. Guo!!!!!!!!! Gracias por la molestia!
    Es genial y, sigo sin llegar a entender porqué hace eso este Will... pero algo me ha aclarado.
    Estoy deseando que publiquen los siguientes libros!!!!!

    Besos!

    Diana.T.
    Té Negro.

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  10. No voy a leerla, aún, pero me parece alucinante que se ponga a escribir estas cosas extras, es genial, menuda interacción con los lectores.
    Me encanta!
    Besotes cazados.

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